Pequeños mojones en el cielo,
los barriletes renuevan la vieja y humana costumbre de soñar.Hace más de cuatro mil años que el barrilete y el hombre mantienen un vínculo perenne -y no es un cuento chino- la historia cuenta que es un invento chino, un invento que continuó evolucionando junto a la cultura humana, los usamos para recreación, para la ciencia, para la guerra. Desde los pequeños barriletes de papel de seda hasta las modernas alas deltas o parapentes, todos comparten la misma esencia: el profundo anhelo del hombre por volar.
Recuerdo común a todas las generaciones y culturas, presentes en el campo o la ciudad, los barriletes tienen el mérito de ser un juguete universal. Por su sencillez, por su economía, por su variedad, por que siempre habrá una pequeña brisa que le permita esa metamorfosis en la que un papel y algunas varillas parecen cobrar vida pugnando por desprenderse del hilo que los conduce y a la vez los detiene.
El vuelo exige la integridad de todas las piezas, si una de ellas falla, si algún desequilibrio en el armado lo afecta, si el hilo se corta, el sueño se desmorona, y caracoleando sin rumbo suele terminar en la copa de los árboles o entre los cables de luz. Extraña semejanza entre barriletes y humanos, nuestras vidas también suelen depender de la integridad de los sistemas, de un delgado hilo que sostiene y conduce nuestro destino.
La verdadera naturaleza del vuelo de los barriletes no es su construcción, tampoco es su piloto, mucho menos el viento.
La verdadera esencia del vuelo es el vínculo, esa interdependencia en la que cada una de las partes sostiene a las demás.
Las personas dependen de sus vínculos, de su relación con los demás para su supervivencia. Así, los barriletes nos ayudan a estrechar esos vínculos, a transmitir una forma de cultura y un lenguaje común a la especie. Cuando veamos un barrilete en vuelo podremos ver un juguete, recordar las tardes de verano en que intentamos construir uno, los consejos expertos de nuestros hermanos o las chanzas de la barra de amigos ante el más mínimo traspié.
Podremos recordar a nuestros padres; o al abuelo. Podremos mostrarlo admirados a nuestros hijos. Pero también podremos ver en él un símbolo de las pequeñas cosas que nos hacen ser quienes somos.