por Chris Ornelas - Guatemala
Hoy me crucé con un funeral, cuando iba a tomar el desayuno. Había una larga procesión de gente bajando la colina, llevando un ataúd plateado brillante. Se oían tocar trompetas muy fuerte, y cuando estaban más cerca de mí, pude apreciar que los hombres y las mujeres formaban dos filas paralelas a lo largo de la calle. La mayoría era gente mayor. Las mujeres vestían muy elegantes huipiles y llevaban cintas de colores entrelazadas en el cabello como flores. Me quedé en el negocio de la esquina para verlos pasar. Me hizo recordar a Mark.
Hace ya casi un año que falleció. Parado en la esquina, tuve un recuerdo vívido de la gente en procesión, caminando desde los autos hasta la tumba, con la Sra. Treviño al frente del grupo, vestida completamente de negro. Recuerdo la sensación de la urna fría con las cenizas de Mark adentro. Recuerdo la forma en que la gente la tocaba, como si lo tocasen a él. Durante el almuerzo, le comenté a Doña Eframín que en San Antonio también tenemos procesiones, solo que con autos en lugar de gente. Pero, le dije, que consideraba que era mucho más impactante ver a los ancianos llevando el cofre por la calle. Ella asintió: "Es como que no quieren tocarlo". Me hizo pensar sobre lo que significa llevar a alguien en brazos físicamente, en la vida y en la muerte.
La gente transporta muchas cosas aquí en Sumpango. En las calles, se puede ver a muchas mujeres haciendo equilibrio con enormes canastas sobre sus cabezas. Algunas van calzadas, pero la mayoría de las ancianas caminan descalzas por las calles de adoquín; sus pies son como piedras lisas. A pesar de las colinas y del canto rodado, caminan con gracia y despacio, llevando sus pesadas cargas por las caóticas calles. Todo el mundo camina por la calle aquí. Los autos, la gente, los perros y los caballos se mezclan en el medio del camino. Hay pequeñas tuc tucs -- mini-vans tamaño japonés-que regularmente hacen sonar sus bocinas para alertar a los desprevenidos peatones de su presencia. Hay chicos en bicicleta y carradas de personas que son transportadas a los campos o van a trabajar a las fábricas de Guatemala (ciudad).
Aquí la gente trabaja muy duro. Veo a muchos hombres saliendo a trabajar a los campos con sus palas y machetes. Todos los días veo pasar grandes camiones llenos de vacas, hombres, y maíz. En todas las esquinas hay puestos de mujercitas vendiendo helotes, grandes mazorcas de maíz tostado. En la amplia plaza central, hay una gran pileta dividida en cuadras para lavar la ropa. Las mujeres van allí y friegan sus prendas contra las toscas piedras, como imagino que hacía la mayoría de la gente mucho antes de que aparecieras los lavarropas. Desde mi terraza puedo espiar los patios de la gente, y veo a muchos de ellos colgando la ropa o cortando madera.
Hoy estoy descansando en mi departamento. Puedo oír el sonido fuerte de los cánticos y aplausos que vienen del edificio de al lado. Hay una iglesia evangélica allí, y todas las noches puedo oírlos dar alaridos en sus plegarias. Aquí hay muchas iglesias evangélicas, y a menudo, cuando camino hacia la casa de Don Efraím paso por delante de sus puertas abiertas donde resuena la música de guitarra contra la pared. Mucha gente va a misa después del trabajo, para rezar y cantar a viva voz.
Me pregunto si esas iglesias son el resultado del Summer Institute of Linguistics, el grupo evangélico de Norteamérica que ha trabajado a destajo para erradicar las creencias religiosas mayas en las últimas tres décadas. Este es un tema recurrente entre mucha gente indígena. Evangelistas norteamericanos con recursos financieros se infiltran en comunidades aisladas suministrando escolaridad, enseñanza de idiomas y cuidado de la salud. A cambio, los jóvenes son adoctrinados, haciéndoles creer que sus creencias tradicionales son demoníacas y vergonzosas. Es la misma historia imperialista, solo que con una tendencia claramente Norteamericana.
Los evangelistas también me hacen acordar a Mark. "Todos esos locos," solía murmurar cuando pasábamos frente a las iglesias Baptistas en Brooklyn. Pero, quizás esta gente necesite ese tipo de liberación- del tipo que se consigue cantando hasta que te lastimen los pulmones. Tal vez necesiten un recreo después de acarrear esas canastas pesadas en sus cabezas, y sus bebés arropados en esas pañoletas sobre sus espaldas, y por haber trabajado en el campo todo el día.
Cuando estuve solo en Buenos Aires, cuando me enteré de que Mark estaba muy enfermo, me senté y me quedé meditando por un largo rato. Imaginaba que podía respirar su dolor, y que con cada respiración podía aliviar su sufrimiento. A veces imaginaba que lo llevaba en mis brazos. Luego, salía al balcón y cantaba. Cantaba al viento tan fuerte como pudiese, y sin que me importase que me pudieran escuchar. Cantar me hacía bien. Sabía que si cantaba con todas mis fuerzas Mark podría escucharme, y de algún modo, podría retenerlo con mis palabras.
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Estos últimos días me concentré en los barriletes. Al principio pensé que durante el día iba a estar haraganeando por ahí, mientras esperaba que comenzara la construcción de barriletes por la noche. Sin embargo, resultó ser que hay mucho más para hacer de lo que suponía. Todas las noches estuve entrevistando a distintos grupos. Están todos en diferentes etapas de desarrollo. Un grupo estuvo trabajando desde julio. Hasta ahora les llevó un mes terminar cuatro lados y todavía les quedan doce más, sin incluir el diseño central. Cuentan con un mes para terminarlo.
La gente se ha mostrado muy entusiasta por brindarme entrevistas, y una vez que empezaba a formularles algunas preguntas, realmente se mostraban muy abiertos. Tienen todo tipo de historias sobre la confección de barriletes y sobre porqué es tan importante para ellos. La mayoría de estos muchachos se sienten muy orgullosos de su trabajo. Ahora me quedan unas pocas horas de entrevistas que tengo que transcribir y traducir. Eso me llevó la mayor parte del día.
El primer grupo con el que me encontré se llama Grupación Barrileteros. Federico me llevó a su encuentro el miércoles a la Casa de la Cultura. La mayor parte de los jóvenes tienen entre catorce y veinticinco años. Algunos llevan ya más de dieciséis años construyendo barriletes y otros sólo uno o dos. Forman parte de la Categoría "A" porque están haciendo un barrilete de 13 metros de ancho. Su diseño es muy complejo y refleja el diseño tradicional de los huipiles que vestían las mujeres mayas.
Sólo después de haber estado aquí tomé conciencia de lo tedioso que es y de cuánto tiempo insume el proceso de construcción de estas cosas enormes. Los barrileteros trabajan todas las noches de la semana menos los domingos, y las noches de los viernes y sábados trabajan hasta la mañana. Cada forma y línea diminuta se corta en papel tissue. Nada se pinta ni delinea con marcador.
La mayoría de la gente que entrevisté me dijo que la razón por la cual les encanta hacer barriletes es porque pueden pasar el rato con sus amigos y por el orgullo que sienten al ver el barrilete elevarse por primera vez. El trabajo es tedioso, muy tedioso. Tuve oportunidad de ayudarlos un par de noches, pegando con engrudo y cola. No es muy difícil, pero requiere mucha paciencia y organización rearmar los cientos de trozos precortados que forman sólo una sección. Engrudo y cola, engrudo y cola -doble- porque cada trozo tiene que cubrirse al menos dos veces.
Sin embargo, no es aburrido, y los muchachos se divierten fragando, soltándose y contando chistes "verdes". Ya me aprendí todas las malas palabras guatemaltecas. Tardaron un poco en entrar en confianza conmigo, pero después de la segunda noche, los jóvenes me invitaron una cerveza y unas papas en mi honor. Me hicieron sentir parte de la familia. Esto es lo que los hace especiales a los grupos de Barrileteros: son abiertos con todo el mundo*. Para estos muchachos, el grupo se convierte en una segunda familia. Aprenden de cada uno, y aprenden a ser un equipo.
*Son abiertos si eres varón. Si eres mujer, la cosa es distinta. Antes había grupos de mujeres, pero este año no hay ninguno. Tengo pensado escribir más sobre esto en el futuro.